¿Por qué los Wayuu viven y mueren así?

En esta nota analizaremos el por qué de la situación económica y social que viven los Wayuu, etnia indígena asentada en la península de La Guajira, departamento ubicado en la parte más septentrional de América del Sur, más exactamente en la República de Colombia, en la frontera con la República Bolivariana de Venezuela.

Niñas Wayuu

Es en este territorio ancestral donde los niños y niñas indígenas sufren enfermedades, que asociadas a la desnutrición han causado un número indeterminado de muertes, llamando la atención de los gobiernos locales, departamental, nacional, asociaciones gubernamentales y ONG's internacionales, que de una u otra manera se han unido en una cruzada para tratar de mitigar el hambre y la sed que en el siglo XXI, lacera y amenaza con diezmar este sector de extrema vulnerabilidad.

Niños Wayuu en la búsqueda, recolección y transporte de agua

Las comunidades Wayuu soportan en la actualidad dificultades generadas en el cambio climático (intensos veranos que dificultan el abastecimiento de agua, pérdida de cultivos de pancoger y muerte de animales domésticos), restricciones de la actividad comercial en Maicao y la zona de frontera en general, así como la crisis que se vive en la República Bolivariana de Venezuela, país considerado como enclave de la Gran Nación Wayuu. 

Indígenas Wayuu dedicados a la pesca
Corral dedicado a la cría de chivos y cabras

Tradicionalmente los Wayuu conseguían el sustento para sus familias de actividades representadas en la agricultura, la pesca, la cría de chivos, cabras y aves de corral, la caza de conejos y otras especies de la fauna silvestre que proliferaban en la región.

La comercialización de productos agrícolas como el maíz, el fríjol y la ahuyama; frutas como la cereza, el palmicho, la aceituna, la iguaraya, y el mamón; productos minerales como la sal marina, petróleo, ACPM, carbón vegetal y otros alimentos por ellos elaborados como la mazamorra de agua y de coco, la chicha, la leche ‘cojosa’, el queso de leche de cabra o de chivo y el tradicional frichi con bollo.

Además las ‘paisanas’ (como fraternalmente se denomina a las mujeres indígenas Wayuu) vendían en los mercados de los centros urbanos como Riohacha y Maicao, los chivos, cabras, conejos y gallinas. La carne de estas especies y los ‘verdaderos huevos criollos’, preferencialmente solicitados para el alimento de los niños ‘alijunas’, eran otro renglón que robustecía el presupuesto familiar.

Las ‘marchantas’ o ‘paisanas Wayuu’ que día a día surtían con sus productos las despensas de los hogares de sus clientas, también ‘alijunas’, a las cuales ofrecían el pescado de mar (pargo, mojarra, boca colorá, sierra, carita, lebranche, chucho, raya, cazón o tiburón pequeño) y la tortuga frita, especialmente apetecida por los hombres y mujeres para sacar ‘el guayabo’ después de los ‘fundingues o parrandas’, como se conocen las fiestas que tradicionalmente forman parte de la cultura del pueblo guajiro en general.

La piel o ‘cuero’ de chivos y cabras, curtidas con el desaparecido dividivi y ‘curadas a punta de sal’, frecuentemente era solicitadas por los negociantes foráneos para comercializarlas en diferentes regiones de Colombia.

Ese ‘cuero’ de chivo y de cabra que era utilizado en la elaboración de calzados, bolsos, carteras y otros productos de la industria marroquinera, también generaba importantes recursos para las familias indígenas, pero ya no se comercializa igual.

El cultivo del dividivi, el cual alcanzó gran relevancia en la década de los 60's, cuando era exportado desde La Guajira para ser utilizado en la curtiembre de cuero y en la producción de tintes, era otro renglón de gran importancia en la economía peninsular, pues generaba empleo entre los indígenas y aportaba recursos a la gran mayoría de la gente de la región.

Las salinas de Manaure se constituyeron en una fuente de ingresos para las familias Wayuu. Debido a problemas políticos y administrativos, esta actividad, en la cual tiene parte ahora el estado colombiano sufrió un gran deterioro, lo cual trajo consigo más miseria y hambre al pueblo asentado en ese entorno del norte de la península de La Guajira.

Salinas de Manaure
Todas estas actividades han ido desapareciendo con el paso del tiempo, - así desapareció también el cultivo y exportación de perlas -, comercio ancestral que generaba importantes recursos a la economía de la Riohacha de antaño.

Así fueron despareciendo poco a poco muchas de estas actividades económicas, ante el avance de la tecnología, que colocó en desuso estos productos, teniendo en cuenta la relación de la producción industrial a un menor costo.

Ya no es común ver a ‘las marchantas’ ofreciendo sus productos en los pueblos de La Guajira… Ya no se escuchan las voces de ‘las paisanas’ ofertando sus productos.

La falta de agua para los cultivos, el desplazamiento de los hombres Wayuu (antes predominantemente pastores, agricultores y pescadores), hacia la búsqueda de trabajo en las empresas donde laboran como vigilantes privados o “mata patos”, (comúnmente así se les conocía); el crecimiento de los centros urbanos, robándole día tras día más terreno a las ‘rancherías’, han marginado al hombre y a la mujer Wayuu de sus tradicionales ocupaciones, desembocando todo esto en la actual crisis alimentaria que ha segado la vida de un gran número de niños y niñas de la etnia Wayuu.

La mujer Wayuu se constituye desde tiempos inmemoriales en un pilar fundamental para su comunidad. En una sociedad matrilíneal como la Wayuu, la mujer está muy ligada a su familia no solo en la parte emocional y afectiva, sino también en lo concerniente a la economía.

La mujer Wayuu es una gran aportante a la economía de su grupo familiar y eso está demostrado por las actividades que ha desarrollado a través de la historia. No se quedó en la casa, ella salió y se comprometió con el trabajo fuera del hogar.


Mujeres tejedoras
La actividad que prevalece en los núcleos familiares Wayuu, es el tejido ancestral. La venta de artesanías (chinchorros, mantas, mochilas, güaireñas, turbantes, sombreros para damas y caballeros, manillas y collares de tumas); configurando la amplia gama de productos que ahora son comercializados no sólo en los mercados de La Guajira, sino en Colombia y el exterior... Allí está como exponente de su etnia, la mujer Wayuu.

Mochilas y chinchorros
Exhibición de mantas Wayuu


Pero, como en muchas situaciones de la vida, unas son de cal y otras son de arena. Algunas artesanas guajiras gozan de una merecida y bien ganada reputación, por la calidad de su trabajo, lo cual hace que sus productos y creaciones se vendan como “pan caliente” en los mercados internacionales. Ellas realizan importantes exposiciones y lideran desfiles de moda en las pasarelas de grandes ciudades como Nueva York, Italia y París.

A otras mujeres Wayuu, - por circunstancias de la vida -, no les va tan bien como aquellas. Para muchas sigue la dura lucha por la subsistencia y a pesar de los esfuerzos que realizan, no logran generar los recursos para atender las necesidades primarias de sus familias.

Un grupo de artesanas, cuyo trabajo es bien remunerado, sacan sus productos a los mercados internacionales y viajan a las exposiciones, ferias y festivales de las grandes ciudades del mundo…

Otras no conocen escenarios distintos al de sus ‘rancherías’ y las polvorientas calles de Uribia, Manaure, Riohacha, Maicao o ciertas ciudades venezolanas, donde pueden transitar como en La Guajira, pues ellas y ellos, (los indígenas Wayuu), a pesar de la ‘mala situación que viven’, son libres como el viento. Ellas y ellos son miembros de la Gran Nación Wayuu y no conocen de límites ni fronteras que los amarren o los detengan.






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